Este es oficialmente, el primer relato con el que quedé publicable en el concurso de relatos de Sedice. Fue hace ya unos cuantos añitos y bueno, es antiguo, tiene sus fallos, pero le tengo cariño y tiene un significado especial para mí, aunque es un poco largo de explicar, puede que algún día me lance a hacerlo, cuando tenga más ganas ^_^. Que lo disfrutéis.
El deber del menor
Ningún sonido flotaba por la sala inundada de sombras, ni siquiera la respiración de todos los demás druidas. No había ni una sola luz iluminando el lugar y así debía ser, era el ritual del renacimiento, de la muerte de la vieja congregación... el aire vibraba desesperado ante lo que debía suceder.
Y como estaba previsto, una luz iluminó a una solitaria figura que portaba una daga dorada y reluciente. Era un ser tan viejon que los rasgos de su cara estaban borrados y sólo podían verse sus ojos fríos y crueles mirando al infinito, ignorando a los demás que aguardaban expectantes.
-Es la hora del renacimiento- dijo a la concurrencia y su voz sonó como un trueno-, el antiguo patriarca ha perdido la razón a causa de la magia y de los años... es el momento de la sucesión, de que una nueva congregación de druidas guíe a los lideres de los mortales- y entonces, con paso firme, se acercó a la muchacha que no perdía detalle de lo que ocurría. El miedo le impedía respirar y así lo prefería, temía que se le fuera a escapar el corazón si abría la boca y aspiraba una buena bocanada de aire-. Si bien es el mayor quien debe heredar el trono de su padre, es el pequeño quien debe encargarse de poner fin al anterior reinado- la joven cerró los ojos durante unos instantes para controlar sus lágrimas y, al volver a abrirlos, le dirigió una mirada de fingida decisión a aquel ser-. Has de sacrificar a tu padre para que la vida vuelva a su curso, para que pueda descansar y alejar a la locura- al no recibir ninguna respuesta, continuó-. Está en la tierra de los mortales, debes ser precavida, nadie debe saber qué eres ni cuál es tu misión, no perturbes a esos infelices con nuestros asuntos.
La muchacha cogió la daga sin titubear y se encaminó hacía las tierras salvajes donde vivían los hombres, tan lejos de las Montañas Sagradas donde había morado con sus hermanos. Cruzó por cientos de páramos yermos, de maravillosos bosques repletos de vida e incluso atravesó los hogares de los mortales buscando alguna pista del anterior patriarca de los druidas. Atravesó ríos, mares y montañas siguiendo infructuosas pistas mientras que las vidas de los hombres nacían y morían a su alrededor... todo seguía su curso.
Y más allá del gran mar, en lo más profundo del corazón de una oscura selva, halló al antiguo patriarca... aquél que antaño había sido un líder justo y clemente, era ahora una bestezuela sucia y carroñera que seguramente no recordaba su glorioso pasado. Y por primera vez durante todo aquel trance, la pequeña de sus hijas rompió a llorar, expulsando todo su dolor y rabia... ¿por qué debía hacer ella algo así? ¿Qué importaba que el mundo de los mortales necesitara un cambio si la joven debía hacer algo tan horrible? El hombre salió huyendo entre salvajes gemidos, seguramente su instinto le habría alertado del peligro. La muchacha le siguió a una prudente distancia, esquivando las raíces y todos los obstáculos que se interponían entre ella y el que fue líder supremo.
La persecución apenas duró unos instantes, hasta que la bestezuela se encontró atrapada al borde de un abismo. El ser se volvió y se abalanzó contra la joven, en un desesperado intento de salvar la vida... la muchacha le esquivó con facilidad y el antiguo druida, que debía estar agotado a causa de la persecución, se cobijó contra las grandes raíces de un viejo árbol mientras gimoteaba asustado.
La joven se sentó a su lado y sin apartar la vista de la que debía ser su victima, tomó la daga, la única arma capaz de acabar con la vida de un druida. Al fin había decidido qué era lo que debía hacer, aunque no fuera fácil: tenía que acabar con la vida del que había sido su padre. No porque era lo que debiera hacerse, ni por ningún otro motivo similar. La única razón por el que iba a cumplir la misión que le habían encomendado era para liberar a su pobre padre de aquella miserable existencia; que su hermano se quedara con el poder y la “inmortalidad”, al final tendría el mismo final que su progenitor y ella no deseaba un destino tan horrible como aquel.
El hombre murmuraba palabras inconexas, tal vez intentaba comunicarse y rogar por su vida, la joven no lo sabía. Se acercó con lentitud y agarró al ser por el cuello. Éste comenzó a revolverse a desgana y a intentar morderla, ella lo ignoró y tiró de él para conseguir que se incorporara, algo que parecía que el antiguo druida había olvidado. Deseaba darle una muerte digna, la que se merecía un patriarca y no un animal.
-Hasta siempre... y perdóname -le rogó ella mientras alzaba el brazo vacilante, sin atreverse a descargarlo.
-Mi... niña... -balbuceó de forma lastimera su padre con su último aliento y aquello le dio a la joven las fuerzas para hundir la daga en el corazón del antiguo patriarca... mientras el suyo se partía por la pena.
Y mientras su cuerpo se transformaba en un polvo gris y pesado, la tierra rugió y tembló con violencia. Las piedras se resquebrajaron y el aire se volvió denso y ácido... pero la druida no se movió, esperó a que todo se calmara y como si fueran uno, ella y el viento respiraron aliviados, como llevaban tiempo sin hacer. La lluvia comenzó a caer, seguramente estaría bañando todas las tierras de aquel mundo, limpiándolas para recibir a los nuevos guías de los mortales. Ella, por su parte, mientras sus lágrimas se mezclaban con el agua que caía sobre su cara, comenzó a desvanecerse para ir al lugar que le correspondía tras haber asesinado a su padre... el reino de la muerte.
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