Este relato fue con el primero que quedé finalista en el concurso TDL de Sedice, fue uno de mis muuuuchos experimentos (y no fue el primero que quise enviar, pero no me fue mal, quedó de finalista y está pendiente publicarlo ^_^). Digamos que sigue siendo realmente raro, pero algún día puede que lo recupere para algo… no sé para qué XD. ES de angustia y sin sentido.
El juez gritaba los cargos a la silenciosa multitud mientras le hacían esperar entre las penumbras de su ceguera. No escuchaba, ya que no sentía la necesidad de hacerlo, sólo de recuperar la visión que había perdido y mover un poco las cadenas que tanto le apretaban las muñecas. Su vista se iba aclarando a pequeños pasos al tiempo que intentaba hacer una luz entre las sombras de su memoria. Apenas era capaz de recordar nada, únicamente el dolor infringido y las noches de penurias. Su memoria no podía siquiera responder a las preguntas más sencillas, ¿Cuál era su nombre? ¿Por qué estaba allí? Ni siquiera su cuerpo, de lo mutilado que estaba, era capaz de recordarle si era hombre o mujer.
Pronto oyó como dos personas caminaban a su alrededor, cortando el viento con lo que parecían ser unas espadas y siguiendo un camino ya trazado… un círculo. Algo le decía que aquello era importante, pero no sintió que debiera averiguarlo, le parecía imprescindible ir desentrañando las figuras que iban coloreándose ante sus ojos. Lo primero que vio, fue a los soldados que daban vueltas. Vestían ropas blancas, con rosas del mismo color bordadas con hilo negro en su pecho y cubriendo sus caras, máscaras de plata que parecían lobos. Después había una gran multitud observando lo que acontecía a ras de suelo, rodeando el atril redondo. Por encima de ellas, había más rostros que le eran vagamente familiares, que se distinguían por sus miradas pesarosas. Siguió ascendiendo, hasta toparse con un balcón donde reposaban dos personas… su cabeza, movida por el instinto, miró primero a la mujer: era hermosa, pero su sonrisa delataba su crueldad. Su alegría por tener a ese despojo en el que se había convertido a causa de su maldad. La odiaba, eso era lo único que tenía seguro, porque una quemazón amarga infló su corazón, tan insensible a cualquier otra cosa que no fuera aguantar el dolor. Detestaba que estuviera vestida con aquellas ropas que sentía como suyas, que se sentara en su lugar… que acariciara aquella mano tan fuerte y delicada, cuyo dueño se sentaba a su izquierda. Y lo hacía con tanta impunidad, sin recibir su justo castigo por tamaña afrenta.
Se sobresaltó al oír un taconeó y se volvió, los dos guerreros se habían avanzado un paso a ella; y en su mente resonó la frase: “once círculos”. Algo en su interior se intranquilizó, había una simbología en todo aquello que no era capaz de recordar. Sintiendo la derrota, volvió a alzar la cabeza y fijó su atención en el hombre, que observaba el espectáculo con rostro impasible y mirada brillante, cargada de agonía, lágrimas y tristeza. Lo amaba… tanto como odiaba a su acompañante, pero sentía la traición empañando sus ojos.
Otro golpe, ya sólo quedaban diez, cuando llegaran a uno… ¿qué ocurriría? ¿Por qué estaba allí? ¿Había hecho algo tan malo como para sufrir así? Por último, al lado del hombre había una pequeña que sostenía un cojín negro donde reposaba una rosa blanca cuyos pétalos se abrían al mundo. Su mente comenzó a trabajar, intentando recordar algo del pasado, más allá de las torturas y las vejaciones: inútilmente.
Hubo un tercer taconeó y entonces, en su memoria se hizo una luz: la rosa blanca era para alguien importante, una mujer importante. Se sintió orgullosa de recordar aquello y se observó el pecho. Nunca habría caído en algo como eso, su cuerpo no delataba el más leve indicio de curvas… tal vez el hambre había hecho mella en ella. Era una mujer con relevancia en aquel lugar, ¿habría sido la esposa de aquel que la miraba casi sin parpadear, tal vez su amante? ¿Alguna hija secreta quizás? Alzó la cabeza intentando encontrar una respuesta, pero sólo se encontró con una solitaria lágrima que se deslizaba por las mejillas de gesto impasible.
El cuarto golpe resonó en su cabeza, consiguiendo ponerle más nerviosa a cada momento y entonces comprendió que nada de todo aquello importaba, que por mucho que intentara averiguar quién era, no le iba a servir de nada y respiró profundamente, intentando quedarse en blanco y relajarse. Su mente, seguía rehaciendo los recuerdos que tuvieran que ver con todo aquello, desechando los buenos y los malos momentos que ahora eran innecesarios, aunque no sin dolor ni pena. Pero la última vez que había presenciado aquel acto, estaba al lado de aquel hombre y únicamente recordaba el rojo que cubría todo el lugar. Tal vez se hubiera desmayado al final, como si su mente deseara preservar aquel secreto.
Toc… los lobos habían pasado al séptimo círculo, ya casi podía oír sus respiraciones.
Toc… ahora estaban a apenas seis pasos de ella.
Entonces, para su desesperación, recordó que todo aquello no era ni más ni menos que su ejecución. Abrió la boca desesperada, pero hacía días, meses, puede que años, que le habían cortado la lengua… y su garganta de tanto gritar por el sufrimiento, había enmudecido.
Siete taconeos iban ya y se le acababa el tiempo, ¿qué debía hacer? ¿Por qué él no la perdonaba? Se veía que la amaba, pero no hacía nada por salvarla, sólo observar cómo sus ejecutores se iban acercando a ella, espadas danzando y telas volando al viento. La lágrima brillaba sin que nadie hiciera nada para apartarla, aunque en aquel instante, al ver cómo el hombre seguía sin apiadarse de ella, le pareció un gesto falso e insultante.
Ocho… fue en ese momento cuando su corazón se desbocó violentamente. Boqueó intentando recuperar el aliento y sus ojos lloraron aterrados. Había deseado no haber recordado nada, no tener que sufrir ahora la tortura de ver venir a la muerte con una cara de plata y no poder defenderse. Se agitó intentando liberarse, aunque su cuerpo era incapaz de hacer frente a las cadenas. Gritó en su silencio pidiendo clemencia, pero seguramente, la mujer que ocupaba ahora su lugar se había encargado de que su garganta no volviera a emitir sonido alguno, seguramente, porque sabía que si hubiera rogado por su vida, su amor le hubiera perdonado.
Quedaban tres círculos y siguió luchando desesperada. Su cuerpo sangró y se inflamó del dolor, agónico.
Antes siquiera de ir el décimo golpe, se quedó sin fuerzas para luchar. Lagrimó aterrada y volvió a alzar la vista, esta vez desafiante. Nada podía haber en el mundo que justificara aquella tortura y mucho menos ante aquellos ojos que tanto sufrían por ella, cuyo dueño permanecía relativamente impávido ante lo que se avecinaba. Si alguien debía sentirse vilipendiado, debía ser ella… y la única respuesta que recibió ante su pesar fue el decimoprimero paso.
Pero cuando escuchó el decimosegundo taconeo, su voluntad se derrumbó y sólo pudo seguir llorando, hasta que oyó el último ruido y sintió como el frío filo del acero le lastimaba su ya maltratado cuello, causándole más heridas que lloraron con gotas sangrientas. Le observó, susurrándole mudas suplicas, murmurándole palabras de amor que nunca volvería a oír. Vio a la pequeña tenderle la rosa a la mujer y ésta la posó suavemente en la mano derecha de su marido. Ella le sonrió, esperanzada, si él besaba la flor podría salvarse y todo volvería a ser como antes.
Entonces, otra solitaria lágrima emergió del ojo contrario, acompañando en la mejilla opuesta a su hermana. Fue en aquel instante cuando estrujó los delicados pétalos blancos entre sus dedos y la sentenció. Ella cerró los ojos, derrotada, sintiéndose completamente vacía. Tras el intenso dolor de las espadas, separando su cabeza de su cuerpo, únicamente vio la desesperanzadora oscuridad.
Algún dái lo tienes qeu recuperar para ampliarlo. Mi opinión siempre fue que podái dar más de sí, en especial en tus locas manos.
ResponderEliminarLo malo... tienes demasiadas ideas en la cabeza como para parar tus manos en reconcebir este relato ¬¬ ya podráis tener menos ideas, ¿no?
Un patadón en el culo,
Héctor